De dramas sociales a industrias millonarias: la teoría que explica por qué nada mejora



Introducción

Cada año se invierten miles de millones de euros en combatir problemas sociales como la violencia de género. La concienciación aumenta, se crean ministerios, concejalías y observatorios, y sin embargo, los indicadores clave no mejoran. ¿Por qué, a pesar del esfuerzo y los recursos, el número de víctimas no desciende de forma significativa? Esta es la paradoja que desconcierta a gran parte de la sociedad.

Frente a las explicaciones habituales, emerge una tesis radicalmente distinta propuesta por Samuel Vázquez, criminólogo con 20 años de experiencia en los grupos operativos de la Policía Nacional, presidente de la asociación "Una Policía para el Siglo XXI" y portavoz de Vox. Según su análisis, no estamos ante un fracaso del sistema, sino ante el éxito rotundo de un modelo completamente diferente: la conversión de los dramas sociales en industrias altamente lucrativas. Este artículo desglosa las claves de una perspectiva que no busca culpables, sino que expone la lógica de un sistema que defiende lo que Vázquez describe como un "maldito relato que es una maldita mentira".



Las Claves del Análisis de Samuel Vázquez

El marco propuesto por Vázquez para entender la persistencia de ciertos problemas sociales se basa en cuatro ideas interconectadas que cambian por completo las reglas del juego.

1. La Clave Más Reveladora: Los Problemas Sociales como "Industrias" Millonarias

El punto de partida del análisis de Vázquez es una recalibración semántica y estratégica: los problemas sociales ya no deben entenderse como "negocios", sino como "industrias" a gran escala. Según él, los grandes ejes políticos del siglo XXI —lo que denomina las "tres grandes industrias": la ideología de género, la inmigración ilegal y el clima— han trascendido la categoría de mero negocio para convertirse en aparatos económicos y burocráticos de enorme magnitud.

La viabilidad de este modelo industrial se sustenta en cifras de escala masiva: mueve "miles de millones" de euros a nivel europeo y sostiene una vasta red de empleo político. Emplea a "miles de cargos" distribuidos en concejalías, direcciones generales, secretarías de Estado, ministerios y un sinfín de organizaciones paralelas. Estas personas, argumenta Vázquez, defienden el relato no desde una perspectiva profesional, sino desde una lealtad ideológica y económica al sistema que les da sustento.

La ideología de género es un tremendo negocio que ya no se le puede llamar negocio hay que llamarle industria porque a nivel Europa mueve miles de millones y cuando se mueven miles de millones no es un negocio es una industria.

2. La Lógica Contraintuitiva: El Objetivo No es la Solución, Sino la Perpetuación del Drama

Si se acepta la premisa de que un problema social se ha convertido en una industria, su lógica operativa cambia radicalmente. Un empresario no crea un negocio con la intención de cerrarlo una vez resuelto el problema que lo originó; al contrario, su objetivo es sostenerlo en el tiempo, perpetuarlo y, si es posible, expandirlo.

Aplicando esta lógica empresarial, el sistema que vive del drama social no tiene ningún incentivo para solucionarlo. Su supervivencia depende directamente de la existencia del problema. Por tanto, el objetivo implícito deja de ser la erradicación del drama para convertirse en su mantenimiento e incluso su expansión. Esta perspectiva ofrece una explicación contundente a por qué, a pesar de la enorme inversión de fondos públicos, indicadores como el número de mujeres asesinadas "no desciende".

Si tú conviertes un drama en un negocio, estás expandiendo y perpetuando el drama.

3. El Monopolio Ideológico: Blindaje Político y Deshumanización del Disidente

Toda industria busca protegerse de la competencia y consolidar su monopolio. Según Vázquez, estas industrias sociales lo logran a través de dos mecanismos principales. El primero es un pacto político entre los "dos grandes partidos" a nivel español y a nivel europeo sobre estos tres temas. Este acuerdo garantiza que "nadie discute el mensaje", eliminando cualquier competencia política real y blindando el relato oficial.

El segundo mecanismo es una táctica de anulación del debate: en lugar de contraargumentar, se recurre a la "deshumanización" de quien cuestiona el relato. A los disidentes se les aplican etiquetas descalificadoras como "negacionistas", "racistas" o "xenófobos" para invalidar su postura sin necesidad de entrar en una discusión técnica o factual. Es la defensa de lo que Vázquez llama "un maldito relato que es una maldita mentira".

No es un contraargumento no es no creo que estás equivocado desde esta perspectiva por esto por no no no es una deshumanización los que estáis aquí incluido yo somos negacionistas y si habláramos de inmigración ilegal pues seríamos racistas y xenófobos.

4. La Paradoja Final: Un Sistema Expansivo que Desprotege a sus Víctimas

La consecuencia más trágica de este enfoque industrializado e ideológico es su impacto directo sobre las personas que teóricamente debería proteger. Al priorizar el relato sobre la eficacia, el sistema genera un "volumen que hace imposible reconocer, diseminar, localizar y extraer a la que de verdad es potencialmente una víctima para poder protegerla".

Vázquez ilustra esta desprotección con un ejemplo demoledor extraído de la realidad policial en Madrid: un único agente de los grupos de seguimiento puede tener a su cargo a más de 90 víctimas. Con esta carga de trabajo, la protección efectiva es inviable y se limita, en el mejor de los casos, a "dos llamadas a la semana telefónicas". El sistema, enfocado en su propia expansión, fracasa en su misión más fundamental: proteger al vulnerable.

Conclusión

Analizar los problemas sociales no como fracasos políticos sino como industrias de éxito ofrece un marco explicativo tan poderoso como perturbador. Esta perspectiva sugiere que la persistencia de ciertos dramas no se debe a una falta de recursos o de voluntad, sino a una lógica económica e ideológica que se beneficia de su existencia. El análisis de Samuel Vázquez no ofrece respuestas sencillas, pero plantea la pregunta fundamental que quizás nadie se atreve a formular: si el problema es el negocio que sostiene a miles de personas, ¿quién tiene realmente el incentivo para solucionarlo?

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